REMONTADA BLAUGRANA

En un gran partido de Messi que convirtió dos golazos, Barcelona le ganó 4-0 a Milan y está en cuartos de final de la Champions. Los restantes fueron de Villa y Jordi Alba.




Diagonales a espaldas de los defensores. Toques cortos. Toques medios. Pases largos. Rondos, movimiento, fluidez, pases verticales al vacío como dagas. Presión asfixiante. Un zurdazo al ángulo. Locura, pero enseguida vuelta a la calma. Todavía falta uno.
La intensidad con la que Barcelona jugó los primeros cinco minutos ante Milan es difícil de expresar en palabras. La aparente fatiga y el toqueteo intrascendente de los últimos partidos quedaron archivados en un cofre y volvió la movilidad eléctrica de los seis que juegan de mitad de cancha para adelante menos Xavi e Iniesta, en quienes el proceso va por dentro. Sus neuronas se mueven a la velocidad de la luz y se conectan unas con otras para enviarle órdenes a los músculos de todo el cuerpo y así se mueven, así levitan por la cancha, eligiendo (casi) siempre bien.
Como un pájaro furioso, el Barça destruyó los barrotes de la jaula italiana propuesta por el Milan. No lo dejó tener la pelota, a punto tal que Niang y El Shaarawy, los dos más adelantados del visitante, estuvieron la mayor parte del primer tiempo a diez metros de su propia área. Aunque a Dani Alves le costó ganar la batalla por la banda derecha ante el francés Constant, Iniesta por la banda izquierda secundado por Jordi Alba y Messi por el medio, con Xavi y Busquets unos metros más atrás, fueron deshilachando el entramado milanés.
El ritmo frenético fue cayendo paulatinamente y el Milan, en cuentagotas, se fue animando a salir, a por lo menos cruzar la mitad de cancha con pelota dominada, pero enseguida se topó con una dupla central conformada por Piqué y Mascherano, que estuvieron atentos para anticipar y sirvieron como apoyo en las habituales posesiones largas del equipo culé.
Se venía el final del primer tiempo. La gente seguía lamentándose por ese penal que el húngaro Kassai no cobró tras un claro empujón sobre Pedro. Y de repente, una distracción mortal. Parpadeo de ojos y Niang solo, pelota al pie, corriendo desde mitad de cancha. Valdés estaba en el área, parado, esperando el fusilamiento. Salió a achicar y el delantero remató cruzado. Se cortó la respiración en el Camp Nou, la pelota picó en el césped. Palo. Milagro. Exhalación de noventa mil espectadores y también de los once blaugranas que estaban dentro del campo, inmóviles.
Sin embargo, la zurda de Messi seguía caliente y, un minuto después, otra vez en la puerta del área, sacudió, como ya lo ha hecho en incontables oportunidades, directo a la red. Esta vez no fue tan espectacular porque entró al primer palo y por abajo, pero sí fue emocionante la corrida del mejor del universo y la explosión de su garganta al mismo tiempo que se inflaba la red del arco de Abbiati.
Diez minutos duró el segundo tiempo al equipo de blanco, que lejos de jugar como el Real Madrid presenció in situ una clase magistral y gratuita de Xavi sobre cómo dejar a un compañero sólo frente al arquero. Y el destino quiso que fuera Villa, muchas veces criticado y apuntado a ser el “menos titular” de los once que salieron a la cancha, el que convirtiera el tanto de la remontada, con un zurdazo delicioso al segundo palo.
El Barça echó por la borda todos los rumores de bajón anímico, de fin de ciclo y toda esa innumerable cantidad de frases que se escucharon en los últimos días por parte de los enemigos de la felicidad ajena. Pero no fue todo alegría. No fue una goleada sin sobresaltos, porque además del tiro en el palo de Niang, hubo un par de rebotes en el área tras un taco de Flamini y un bloqueo de Jordi Alba ante una arremetida de Robinho que de haber terminado en gol, habrían arruinado la función de Barcelona.
El tiempo parecía pasar más lento. Milan se jugó por meter ese gol que le diera la clasificación, salió de la cueva, fue a buscar lo que en 80 minutos no había hecho. Barcelona, sorpresiva, pero lógicamente se resguardó. Porque los grandes también tienen derecho a tener temor. Por eso Puyol y Piqué dejaron de lado el toque corto en la salida y optaron por lo rechazos hacia adelante. Pero no había por qué esperar hasta el final para dejar de sufrir. Jordi Alba salió disparado desde el fondo en una contra, recibió un pase cruzado de Alexis Sánchez y metió el cuarto que desató la explosión de todo el Camp Nou.
Despues de unas semanas con actuaciones bajas y olvido del guión, los actores retomaron el libreto de siempre y brindaron un espectáculo inolvidable. Una clase de fútbol magistral.
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